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El diseño digital está en constante movimiento, y el neomorfismo (o neumorfismo) es una muestra clara de cómo una tendencia puede llegar con fuerza y desvanecerse casi al mismo ritmo.
Este estilo, que buscaba un equilibrio entre realismo y minimalismo, ofrecía una estética cuidada con elementos suaves y efectos de volumen que logran un punto medio entre lo plano y lo tridimensional. Durante un tiempo, fue difícil no verlo en concept boards o galerías de diseño. Pero su popularidad se diluyó rápido.
¿De dónde venía el neomorfismo?
El neomorfismo intentó ser un puente entre dos corrientes muy distintas: el esqueumorfismo, que dominó los 90 con texturas y formas inspiradas en objetos físicos, y el diseño plano, que simplificó las interfaces al extremo, eliminando adornos para centrarse en la tipografía y el color.
Apple, por ejemplo, fue referente del esqueumorfismo con sus iconos realistas de papeleras o carpetas. Luego llegó la era del diseño plano, impulsada por Microsoft y otros, con interfaces mucho más limpias.
El neomorfismo apareció como una fusión de ambas corrientes. Recuperaba la profundidad y el juego de luces del esqueumorfismo, pero con la simplicidad del diseño plano. La interfaz resultante parecía esculpida directamente en la superficie, con una estética que algunos bautizaron como “Soft UI”.
Un estilo llamativo pero poco funcional
Aunque visualmente llamativo, el neomorfismo empezó a mostrar sus debilidades en cuanto se intentaba llevar a la práctica. En nuestra experiencia, estos son los principales puntos débiles que observamos en su momento:
- Bajo contraste: la falta de separación visual hacía que botones y controles se confundieran con el fondo. Esto complicaba la navegación, especialmente para personas con baja visión.
- Elementos poco claros: al eliminar bordes marcados y sombras definidas, muchos elementos interactivos pasaban desapercibidos.
- Dificultad en modo oscuro: adaptarlo a entornos oscuros resultaba complicado y poco efectivo debido a su dependencia del juego de luces y sombras.
- Valor práctico limitado: mantenía una estética visual atractiva, pero sin aportar ventajas en usabilidad. De hecho, muchas veces complicaba la implementación en entornos como iOS o Android.
Como ocurre con muchas tendencias, el neomorfismo tuvo un fuerte empuje inicial en plataformas como Dribbble, donde los conceptos impactantes suelen ganar protagonismo. Incluso Apple lo incorporó de forma puntual en macOS Big Sur. Pero pronto aparecieron críticas, sobre todo desde el ámbito de la accesibilidad.
“Lo visual no siempre es sinónimo de usable. El neomorfismo nos recordó que la forma nunca debe eclipsar la función”.
¿Qué vino después del neomorfismo?
Aunque el diseño plano sigue siendo el enfoque más habitual por su claridad y facilidad de uso, han surgido otras corrientes que responden a diferentes inquietudes del diseño digital actual:
- Glassmorfismo: este estilo apuesta por transparencias, desenfoques y reflejos que simulan superficies de vidrio. Lo hemos visto en macOS Big Sur y Windows 11. Su estética futurista es más flexible en términos de accesibilidad que la del neomorfismo.
- Esqueumorfismo 2.0: con la realidad virtual y los entornos inmersivos ganando terreno, ha surgido una nueva forma de esqueumorfismo. Esta vez, no recurre a texturas recargadas, sino a elementos 3D funcionales, bien integrados en experiencias interactivas y contextos como el metaverso.
En el Estudio seguimos de cerca estas tendencias, pero con los pies en la tierra. El neomorfismo nos recordó algo que siempre tenemos presente: diseñar bonito está bien, pero diseñar útil es imprescindible.
Las modas van y vienen, pero la accesibilidad, la claridad y la usabilidad deben ser el hilo conductor de cualquier proyecto. Como solemos decir:
«Diseñar para el presente implica conocer el pasado… y tener criterio para saber cuándo una tendencia ya ha cumplido su ciclo.»
Foto de portada de Sunder Muthukumaran en Unsplash.